Recuerdo cuando Alicia, Laura
Codes y yo entramos a esa sala en la que estaban tres adultas. No sabía muy
bien qué hacía allí, si os soy sincera. Había una mujer que nos miraba y nos preguntaba
que qué creíamos que podría interesar a los jóvenes. Las otras dos mujeres
miraban y opinaban. No pasó mucho. No pasó mucho, o eso creí que pasó. Cuando
ves las situaciones pasado un tiempo te das cuenta de lo importante que son
ciertos momentos en la vida de una persona. Ese día de verano después de un
curso de escritura fue de los más importantes que recuerdo a lo largo de mi
vida. Esa mujer que nos miraba y preguntaba sin mucho interés se llamaba Laura
y no sabía que se iba a convertir en mi Pajarraca, en una amiga. Y no solo la
mía, sino la del resto de personas con las que compartiría momentos vitales de
mi adolescencia.
No voy a mentir: no me acuerdo de
las primeras sesiones, pero porque fueron una mierda. Parecía un club de
lectura y todo. Las que empiezo a recordar cuando pienso en Pájaros de papel son
las sesiones en las que nos rompíamos por dentro. Le he dado mil vueltas a esto
muchas veces: el por qué cada vez que había sesión íbamos todas con el corazón
en la mano dispuestas a mostrarlo. Llegamos a pájaros rotas como jarrones
estampados contra el suelo y pisoteados. Yo también. Pero entonces se
sucedieron las sesiones y nos pusimos motes, nos dimos abrazos grupales,
bailamos, alegramos reuniones de clubes de lectura bailando en círculo alrededor
de Laura y Zamora. Acogimos a las que eran diferentes a nosotras, aceptamos que
éramos diferentes y cenamos pizza. Nos quedamos perdidas en una gasolinera de
Albacete, tuvimos a un oso como otro miembro más. Nos enamoramos, nos rompimos
los corazones, hicimos amigas y, gracias a Dios, lo seguimos siendo.
Encontramos un espacio en esta ciudad en el que poder ser nosotras mismas. Y
entonces el grupo fue creciendo: Lucía Merencio, Laura, Blanca, Zamora, Clara,
Irene, Candela, Jorge… Hubo sesiones en las que más de una persona lloró porque
se abrió en canal. Y yo, desde que afirmé que detrás de esos calcetines de
colores había una chica que quería ser libre y feliz, no he vuelto a llevar
calcetines de colores. Porque al igual que Pájaros de papel, llevo a esa chica
dentro de mí. Crecí en un club de lectura que me dio mucho más que leer libros
(cosa que, la verdad, no he hecho mucho), me dio amigas, recuerdos, alegrías y
un lugar al que volver siempre. Esto desaparecerá, porque sí, como todo. Pero
quedaremos nosotras y siempre llevaré en el corazón los 3 maravillosos años que
pasé creciendo aquí, hablando de feminismo, de la comunidad LGBT a la que
pertenezco, debatiendo sobre la muerte, la vida, lo que es vivir y lo que es
morir.
Todos y cada uno de estos
momentos han significado mucho más que ir a un grupo de lectura los viernes a
las siete de la tarde en la biblioteca. He aprendido a priorizar a personas a
las que quiero antes que a las que no, a que puedo convivir con gente que no
tiene mi misma ideología pero sí las mismas ganas de vivir, que da igual el
género de tu pareja si compartís la misma pasión por la vida, y a que alguien
adulto puede ser un amigo fiel. Pero, sobretodo, he aprendido que ser yo misma
es posible, y que debe ser así.
Algún día, como he dicho,
desaparecerá. Pero, me queda el alivio de que dentro de mucho o no mucho, habrá
otro club de lectura, aquí, con personas jóvenes dispuestas a enfrentarse a la
vida y que, sobretodo, serán acogidas, todas y cada una de ellas, bajo las
grandes alas de su Pajarraca. Y no lo olvidarán. Nunca.
Clara Fueguito.
Llorando a lagrima viva y amando cada recuerdo.
ResponderEliminarYo tampoco sabía lo mucho que iba a aprender de esta experiencia....
posiblemente, lo mejor que he hecho en mis 15 años de carrera profesional, ha sido ser la Pajarraca.