En
lo alto de una colina, cerca de las urbanizaciones más recientes construidas en
la pequeña ciudad de Cuenca, mis manos secas y curtidas surcaban el cielo, prudentes
de intervenir ante cualquier racha de viento que pudiera desequilibrar mis pies
del bordillo de un muro de mediana altura de cemento que se erigía dividiendo
una loma ascendente de césped a la derecha y un duro y volcánico suelo
pedregoso que era influenciado en su temperatura por aquel potente sol que ya
caía melancólico sobre el horizonte. Mis pensamientos surcaban al mismo tiempo
que mis pies, parecían taimados, en cambio atacaban todos con la misma
intensidad, de golpe, en la misma fila de batalla sobre mi mente, y
organizarlos por orden de importancia no me eximía de la dificultad que
aparentaría a ojos de un perezoso caminante que se ha animado a hacer deporte a
última hora del día, de una joven aburrida en una típica deambulatoria tarde
solitaria de verano en la que todos sus amigos y amigas se encuentran en la
playa o en sus pueblos.
Un
paso, noté que controlaba el equilibrio, tomé aire profundamente, otro paso, solté
el aire y sonreía complacida por el sentimiento de libertad en consecuencia de
aquella perfecta coordinación. Esa táctica conseguía evadirme de esos problemas,
o más que exterminarlos, los posponía hasta el momento en el que tuviera que
dar la cara a ellos. Sufrir por adelantado no solucionaría nada, todo lo
contrario, mi cuerpo se vería invadido al completo de inseguridades, nada
conveniente ante situaciones críticas.
Alguien
la irrumpió de sus cavilaciones con un pequeño empujoncito y a la vez agarrada
de la pernera. Desconcertada, pegué un grito y le propiné una patada a la
misteriosa persona que acabó cayendo contra hierba riendo a carcajadas. En
cuanto le vi el rostro reconocí a mi amiga Clara. Iba vestida con un discreto
top blanco que enmarcaba sus grandes senos y unos shorts vaqueros con algunos
descosidos a lo largo y ancho de estos. Incliné la cabeza y me debatí entre si
asesinarla o torturarla y abandonarla en un hilo entre la vida y muerte.
No
había cosa que más detestaba que un susto, me dejaba con una sensación
desagradable que siempre me costaba desprenderme.
- ¡Eh, tranquila soy yo!- Chilló
divertida.
Su
voz, en cualquier tono, me resultaba magnética y melosa, compuesta por algo que
te enganchaba a sus palabras desde el primer fonema que expulsara de sus
carnosos labios. Bien podría dedicarse una noche entera explicándole cómo
resolver el problema más complicado en una ingeniería aeronáutica, que no le
desviaría la atención ni me dormiría; me quedaría apoyada sobre un brazo
asintiendo babeante.
Me
relajé y permití que una risa nerviosa se escapara de mi boca. Le ofrecí ayuda,
sentada sobre el murete, a Clara y esta aceptó con recelos Romanos, agarrándome
a la altura del antebrazo por miedo a que la traicionase y la dejase caer. Cuando
se situó a mi lado, nos miramos de arriba abajo sin decir nada con cierto aire
de tímido, fruto quizás del largo periodo sin haber mantenido contacto
Ambas
nacimos prácticamente el mismo día. Yo el once de enero a las doce menos diez
de la noche y ella a las doce y cinco de la madrugada del doce de enero, dato
que a primeras, en nuestras edades de inocencia, nos unió con una exagerada
emoción, provocándoles pasar tardes
enteras creyéndose ser detectives muy experimentadas, cuya misión más
primordial es descubrir por qué, siendo gemelas, fueron separadas cruelmente al
nacer. Esta teoría poco a poco se desinfló cuando aprendimos un poquito de
genética y comparamos su piel pálida con la de la otra, de color negro.
-
Jo…- Rompió el silencio Clara.- Te he
echado de menos.
- - Y yo.- Respondí adelantándome un paso
más cerca de ella, incitándola a que fuera la que portara la iniciativa de abrazarme.
Clara
deslizó su mano por mi barbilla, pasándola por los pómulos que de forma
inesperada se encendieron un par de volcanes que creía apagados y acabó
desenredando ciertos rizos rebeldes cuidadosamente que me llegaban por la nuca.
Todo ello lo hizo con el mismo mimo con el que un pintor trata a un vacio
lienzo, una obra de arte que poco a poco va ir rellenándole por dentro algo que
desconocía que se hallaba vacío.
Ella
también se acercó un paso, dejando nuestros rostros a escasos milímetros.
Y
Clara me besó. Me besó con ímpetu. Me besó delicadamente. Me besó desesperada. Me
besó saboreándome. Me besó devorándome. Me besó respirando mi aliento. Me besó
devolviéndomelo. Me besó como a una extraña en una noche de hotel. Me besó como
a una conocida en una tarde fría de lluvia en la que comparten una misma manta.
Y
yo la besé sin abrir los ojos, solo notando cómo se sentía y no encontré nada
más que nostalgia y lástima porque pensaba en cómo aquel beso lo hubiera disfrutado
mi “yo” de hacía cuatro años. ¿Cuántas noches había pasado deseando que algo
así ocurriera y en ellas era yo la que se lanzaba y no Clara, algo que me
hubiera vuelto loca?
Le
propiné un discreto empujón apartandola. Clara no se quejó, permaneció unos
segundos tratando de enfocar su mirada soñadora, que se escapaba más allá de
mis hombros, hacia un lugar que solo puede ser contemplado por aquellas
personas que sienten su pulso a un ritmo tan intenso.
-
Lo siento yo…- Se disculpó Clara
poniéndose de pie, frente a mi, sin despegar del suelo primero las punteras y
luego el talón.
Le
quité importancia, me incorporé, la agarré del brazo y esta asintió segura con
la cabeza a una pregunta incierta que ni ella y yo conocíamos, pero aun así,
nos sirvió como un pacto tácito para olvidar lo ocurrido, relajando ese aire
tenso que comenzamos respirar.
Bajamos
cuesta abajo donde se adivinaba al final una gigantesca escultura de pez, que
de vez en cuando escupía agua mojando a los arremolinados niños y niñas que
aunque no lo quisiesen admitir, ahí ganaba quien estuviera menos seco.
-
No hay tiempo que perder, hay que
ponerse al día, cenar burritos, muuuuuuuchos burritos espero, y seguir
investigando.- Dijo Clara divertida agitándome.
Me
llevé la mano a la cabeza de forma teatral y respondí.
-
Cada noche desde la última vez que nos vimos,
he estado preparando un burrito con la esperanza noche tras noche de verte
sentada en mi cocina. Así que sí, te vas a hartar de comer.-
Clara
se llevó la mano al pecho fingiendo dolor y agradecimiento por algo
desmerecido.
En
ese justo instante, recé para que aquello fuera la continuación de la lectura
de un libro bueno, que por falta de tiempo, se quedó abierto boca abajo en mi
mesita de noche y no una mediocre segunda parte destinada a recaudar dinero
fácil con una historia forzosa.
Hopes, me voy a casar con tu prosa y no necesito tu aprobación.
ResponderEliminarSÍ QUIERO❤ Jo gracias, me motiva mucho, un besito😙
EliminarGRACIAS EN SERIO❤
ResponderEliminarMe encanta ver que tenéis estas iniciativas tan hermosas y llenas de vida. Gracias por compartirte polluelo.
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