miércoles, 8 de febrero de 2017

CAPÍTULO 2

                Las luces de las farolas iluminaban la calle, creando un brillo dorado sobre la carretera. Disfrutaba caminando entre las baldosas grises y blancas, rohídas por el tiempo de aquella ciudad; apoyando todo mi cuerpo en las sandalias de cuero que había decidido ponerme. Por fin el frío nocturno tornó al cálido frescor de las noches de verano Conquenses. Estaba a punto de concluir la época que adoraban todos los adolescentes, donde el sol se recreaba en el cielo sintiéndose el Dios todopoderoso en el que los cristianos creían; las playas se inundaban de gente ya de cuerpos musculoso y bronceados que durante el invierno vestían pálidos y cadavéricos.


                Revisé varias veces el contenido del móvil, esperaba las llamadas de María. Quedé con ella para acudir a una fiesta en su casa sin sus padres, que ya viajaban. La calle Colón estaba completamente vacía, obligando al silencio a susurrar su melodía sin sonido; murmurando al viento los secretos del mundo que los hombres desconocíamos. Me gustaba este ambiente, silencio, solo silencio y el ruido eterno de las ruedas frotándose contra los granos de la carretera.
                Al final de la calle, el silencio murió transformándose en el barullo de una fiesta juvenil con alcohol y drogas. No tuve la necesidad de llamar al fono puesto que la puerta del portal se encontraba abierta. Con forme ascendía por las escaleras el ruido adolescente se volvía más alto y más potente, más desagradable y alborotado de lo normal. Tampoco iba a llamar a la puerta de su piso, estaba abierta de par en par permitiendo el paso a cualquier sujeto indeseable de Cuenca.
                Todo estaba lleno de gente, de personas que únicamente conocía de vista y otras que por desgracia conocía demasiado bien. Una de ellas era Patricia, la chica de piernas alargadas terminadas en los tacones de aguja negros. Vestía un vestido rojo oscuro, cuyo escote marcaba sus redondeados senos. Su cabello, largo y sedoso y de un color rubio cobrizo, descendía por su espalda como las cascadas de agua turbia. El rostro de Patricia no era lo más vistoso de ella, sus pómulos se alzaban y se marcaban más de lo natural, con los labios gruesos y pintados de un morado cantoso el cual pretendía borrar esas grietas profundas de su boca. Su nariz, era larga y ponderante, terminada en una curva bastante pronunciada. Y lo que más resaltaba, sus orejas grandes y sobresalientes, adornadas por unos aros metálicos que creaban belleza artificial a la muchacha. Para mi gusto, Patricia era fea por fuera y horrorosa por dentro; hipócrita y completamente estúpida.
                Sus ojos azules se quedaron quietos y fijos en mi figura, una que jamás llamaba la atención y nunca deseaba hacerlo. Esgrimió una sonrisa maliciosa acompañada de una risa, a su lado se encontraba mi amiga María, mi mejor amiga de la infancia.
-Mirad quien ha venido-dijo en alto Patricia-, la friki-La gente comenzó a reírse al instante, observándome como si fuera un bicho vulgar y sin valor alguno.
                María se rió de forma falsa, intentando aparentar ser como Patricia. No comprendía aquello que había hecho. La pequeña y esquelética María, aquella niña de ojos negros y cabello encrespado con tanta confianza como cualquier adolescente, prácticamente nula. María si que era preciosa, tenía todo pequeño: su cuerpo, sus brazos, sus manos, sus ojos almendrados, su nariz redondeada. Sin embargo, se sentía inferior a Patricia, la barbie culona con nariz de águila mutilada.
-¿A qué vienes, pato feo?-Expuso Patricia al ver que me acercaba a María.
-Patricia, no digas… eso… -Contestó servil María.
-Pero mírala, si es un orco con chepa y encima viene con un vestido de flores que ya no se lleva. ¡Estás pasada de moda, pato!
                Sentí una punzada intensa en el pecho, un dolor cruel y malévolo que invadía todo mi ser. ¿Para qué coño había venido a esta fiesta? Me alejé de María y Patricia, escuchando su risa maquiavélica que se clavaba en lo más profundo de mi ser. No entendía nada, si María odiaba a Patricia; ¿por qué estaba ahora de su lado?
                Me senté en uno de los sofás del salón, observando a todos los presentes. Eran todos iguales, maquillados y bien peinados, guapos y artificiales como Patricia. Yo, yo había venido con un vestido que me estaba corto y mi cabello corto ni siquiera estaba recién lavado. Me sentía como un sujeto extraño aferrado a este lugar, encerrada. Me ardía la garganta, tenía ganas de expulsar un grito de guerra contra aquella barbie de plástico. Notaba que todo el mundo creaba una sombra sobre mí, que me aplastaban con sus estereotipos falsos.
                En ese momento, apareció un grupo de chicos que no parecían pintar nada allí. Uno de ellos era Roberto, quizá el chico más borde y desagradable de todo el instituto. Sus amigos asaltaron la fiesta, provocando que todo el mundo se alterase ante sus presencias. Yo no me inmuté, solo me quedé observando que ocurriría a continuación. Aquellos cuatro sujetos iban vestidos igual, chupa de cuero, vaqueros deshilachados y oscuros que parecían querer besar el suelo. Uno de ellos se aproximó a una chica de las presentes, creía recordar que se llamaba Lara; otra de las chicas bellas que se dejaban influenciar. Su novio era amigo de Roberto, un chico de cabello despeinado y rubio dorado, de nariz y tabique perfectos, cuerpo musculoso y hercúleo. Se llamaba Víctor, el rompe corazones de Cuenca. Roberto en cambio era, digamos, no era feo, pero tampoco llamaba la atención. Su nariz era pequeña y triangular, con la mandíbula afilada y cubierta de barba reciente, su altura era menor que la de sus amigos; de hombros anchos y espalda delgada. Era básicamente lo contrario a Víctor, incluso al sonreír la gente deseaba dirigir sus ojos hacia otro lado.
-Bueno, hemos venido a pasarlo bien-Comentó Roberto.
-¿Cómo que ha pasarlo… bien…?-Preguntó preocupada María.
-Aparta mocosa-Dijo Víctor empujando a María y esta cayó contra el suelo. Mi amiga gimió de golpe, sintiendo como su muñeca se había doblado, como sus caderas se pusieron en un lugar poco adecuado.
                Me fijé más aún en Roberto, su cabello era completamente rizado y tan negro como su chupa de cuero y la ira que estaba a punto de reventar sus labios. Observé su mirada, era extrañamente brillante de un color claro aproximándose al dorado. Su tez tostada parecía no ser perfecta, recogía cierto canon aunque no resultaba ser muy atractiva a la vista. Esa mirada solo se dirigía a mí, apuntándome y señalándome con terror. Sus labios, carnosos y gruesos dibujaban una línea completamente recta, equivalente al horizonte liso y plano como las llanuras desérticas. Lo que más me llamaba la atención de él era su expresión, no mostraba indiferencia sino una mezcla de este sentimiento y otros veinte más, parecía un cuadro expresionista de Munch. Las pupilas de Roberto, hundidas sobre las mías, se fueron escondiendo tras los hombros de su amigo.
                Víctor empezó a caminar con grandes zancadas hacia mí, hasta el punto de que lo tenía delante de mí, compartiendo la misma respiración que yo. Volví a tragar saliva sin pensar en las consecuencias de todo esto. Este era más hermoso de lo que podía ser Roberto, de hombros anchos y de altura mayor que la mía. Sus ojos negros me acuchillaban desde arriba, escrutadores y fulminadores. Lara, no hacía nada para impedir lo que estaba sucediendo, se había quedado petrificada esperando que los demás hicieran algo para detenerlo. Roberto y el otro muchacho, el más feo de los tres.
-Pues que no se pusiera en medio- su aliento a tabaco me asaltó la boca y tuve que retirar mi rostro hacia un lado-¿qué pasa-dijo retando-pequeñaja? ¿te doy asco o qué?-no contesté a sus preguntas, ni siquiera lo miré a los ojos-pues tendré que ducharme ¿no?
                Repentinamente, sus brazos rodearon mis dos piernas dándole la vuelta a mi cuerpo. Sin previo aviso y entre gritos me encontraba sobre su hombro. Comencé a patalear para que me soltase, incrustando las puntas de mis sandalias en su pecho. Mis puños formados golpeaban sus omóplatos, jadeando por el esfuerzo que estaba realizando. Caminó por el pasillo hasta posicionarnos en el interior del baño.
-¡Suéltame gorila!-Grité, golpeando su espalda con mis puños.
-Encantado.
                Me dejó caer al interior de la ducha. Mi columna vertebral sintió el golpe, aunque no tuve tiempo de expresar mi dolor. Roberto, aferró la alcachofa de la ducha y abrió el grifo. Al instante, los hilos de agua se desprendieron y empezaron a golpear con delicadeza mi carne, mis ojos, mi boca y mi rostro. Intenté articular palabras, en cambio, tragaba agua a la vez que pretendía pararla con mis manos. Él jugueteaba moviendo la cabeza de la ducha, pasándola por todo mi cuerpo como pequeñas acuchilladas gélidas, pinchazos extremos.
-¡Para ya, esto no es divertido!
-¿No te gusta esto, friki?
                Me estaba ahogando, notaba como mi respiración no podía atravesar las gotas de agua. No accedía nada a mis pulmones, absolutamente nada. Comencé a sentir angustia, me estaba empezando a morir. Las lágrimas estallaron con un grito sollozoso, no podía más, ¿por qué no me dejaba en paz? Me enterré entre mis brazos mientras el agua caía, llorando.
-No soy una friki-intenté decir, con la garganta ardiendo y las palabras entrecortadas.
-Víctor para ya hombre, que esto no es lo que… veníamos a hacer.
                El agua dejó de embadurnar mi cuerpo.
-De acuerdo...
                Víctor se incorporó, soltando bruscamente la cabeza de la ducha contra mis pies empapados y vestidos por las sandalias. Caminó balanceándose hacia la puerta, golpeó con el hombro el pecho de Roberto, cruzándoselo por el trayecto hacia donde se situaba la fiesta. Roberto, se quedó quieto durante unos segundos, hundiendo sus ojos en los míos; brillantes y cristalinos. Mi reflejo borroso se encontraba dentro de ellos, me sentía dentro de él, de Roberto; sentía como si sus manos estuvieran arropándome para no dejarme llorar. Analizó toda mi cara, intentando encontrar algo que le diera motivos para mantener una conversación comigo. Sin embargo, poco a poco rodó su rostro, colocándolo de perfil, y comenzó a caminar hacia donde se encontraban sus amigos.
                Mi garganta se partió en dos, el llanto fue el causante de destrozarla y de hacerla arder. Hundí mi cabeza en las rodillas, cubriendo mi cráneo con los dos húmedos brazos, apretando para evitar el dolor que se arremolinaba en el interior de mi pecho. Todo el mundo parecía ir contra mí, como si fuera algo peligroso para la sociedad. Solo era Mara, nada más… nadie más…

2 comentarios:

  1. Como Mara se acabe liando con alguno de esos os retiro la palabra.
    Y la historia <3 <3

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  2. Me gusta mucho como escribes pero esta historia de bulling global me de muchísima rabia. Espero que Mara les de pan con honda a todos esos mierdas.

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